El folio en blanco: crónica de un olvido necesario
Ficción metamórfica del olvido para ser de nuevo.
La hoja en blanco
Entré en la casa y allí estaba, esperándome. Sobre la mesa, junto al tintero y la pluma, me recibía en silencio una hoja en blanco. Encendí la vela y su resplandor titilante secó de golpe cada una de las ideas que había ido forjando durante el día.
Me senté frente a ella. La miré fijamente. Pero nada surgía.
Me adentré en un mar de dudas, buscando en los rincones más recónditos de mi mente esa frase capaz de dar forma al texto… y nada. Un silencio prolongado se expandía por cada esquina de mi cerebro. Me provocaba un miedo inusual: el miedo al vacío.
¿Y si ya no soy capaz de escribir nada más?
¿Y si ya conté todo lo que tenía que contar?
Me aparté de la mesa. Fui hasta el botellero y me serví un buen vaso de ron a palo seco, intentando acallar esas barreras que hacían de mí un dique seco. Me encendí un puro y comencé a divagar por la habitación, como si en algún rincón de aquel lugar pudiera encontrar el origen de lo que necesitaba expresar esa noche.
Entonces, la hoja comenzó a moverse. Se agitaba, se arrugaba, se estiraba como si despertara de una larga siesta. Y, de pronto, sin saber cómo, comprendí: estaba hablándome. Me explicaba, sin palabras, todas las historias que podría escribir sobre ella, y me revelaba que, entre todas ellas, solo una sería la única, la más maravillosa jamás contada.
Inmediatamente me senté. Mojé la pluma en el tintero y empecé a escribir. Pero cuando llevaba apenas media hoja, el texto desapareció por completo.
¿Podía ser que no le gustara la historia?
Volví a empezar. Y según trazaba cada letra, se iba borrando del otro lado.
Una y otra vez intenté escribir ese texto impecable que me llevara a completarla, sin lograrlo. Tras cada intento, el relato desaparecía. Peor aún: olvidaba la idea que había tenido. Como si perdiera la memoria. Como si todo lo que pasaba por ese folio quedara condenado al olvido.
Me enfadé. No entendía el reto al que me enfrentaba. Rompí la hoja, la arrugué, la pisoteé, y finalmente la arrojé al fuego de la vela. Pero fue en vano. La hoja reaparecía, intacta, sobre la mesa.
Volví al botellero. Otro vaso de ron. Otro puro. Otra vuelta. Y entonces lo pensé:
¿Y si esta hoja en blanco no está para escribir historias... sino para borrarlas?
¿Y si sirviera para eliminar mi historia personal y darme la oportunidad de escribir otra nueva?
¿Y si pudiera quitarme de la cabeza todas esas historias que me hacen un ser limitado y confuso?
Esa noche escribí sin parar.
No me preguntéis el qué… porque no lo recuerdo.
Solo puedo decir que: la mejor historia jamás contada será la que, desde ahora, estaré viviendo.
¿Que borrarías si tuvieras este folio en blanco?
¿Te atreverías a borrar tu historia personal?